jueves, 22 de mayo de 2014

ASESINATO EN LEÓN



Parece que al final el asesinato de la presidenta de la Diputación de León no va a dar para una trama policial de fuste con la que rellenar páginas de periódico durante muchas semanas. No porque no hay mucho donde rascar, detenidos ya las responsables y atisbado más o menos el móvil del mismo, la inquina personal de la autora ya confesa del crimen, el resto puro trámite policial y un buena recua de especulaciones de todo tipo acerca de los verdaderos motivos del asesinato con lío de faldas de por medio inclusive. Como que lo verdaderamente interesante de este caso no son tanto los hechos criminales en sí, como la reacción suscitada por los mismos en terceros, tanto en aquellos ciudadanos que se han salido de madre aprovechando el presunto anonimato de las redes sociales, bien que movidos por un rencor del todo compresible hacia la casta política de la que la víctima no sólo era parte, sino también, o sobre todo, uno de los máximos exponentes de una manera de hacer las cosas, de comportarse de cara al ciudadano, de estar en política, que empieza a ser visto como el origen de los principales males que aqueja a esta España tan desilusionada consigo misma tras décadas de creer, siquiera ya sólo de querer creérselo, que vivía en una verdadera democracia, cuanto menos homologable a las de su entorno, que era verdad, porque así lo decía el papel, lo de la igualdad ante la ley, de oportunidades y… Bah, mejor dejarlo, no hacernos más mala sangre de la estrictamente necesaria en la redacción de estas líneas. Porque sí, Isabel Carrasco, cuyo asesinato lamento como con cualquier pérdida humana sin excepción, faltaría más, acumulaba una larga lista de cargos institucionales con sus correspondientes sueldos y eso sin que le conocieran superpoderes o algo parecido para poder ejercer los mismos más allá de las nociones al uso del espacio y tiempo. Alguien que se beneficiaba impúdicamente de todos los privilegios inherentes a sus cargos, como que incluso tuvo la osadía de subirse el sueldo en plena crisis con la aquiescencia de la oposición del PSOE, toma una de ejemplaridad pública. Y, sobre todo, una política que ejercía ese poder como una verdadera cacique de su tiempo, tal y como demuestran las mismas circunstancias que rodean su asesinato y no pocos testimonios de particulares que padecieron sus malos modos y desplantes. Siendo así, cómo extrañarse, escandalizarse de ello ya es todo un ejercicio de cinismo, en concreto el mismo que han demostrado los dirigentes populares en los últimos días, de la catarata de despropósitos, en muchos casos verdaderas barbaridades, vertida en las redes sociales por ciudadanos que, o bien incapaces de medir sus palabras, o acaso confiados en ese supuesto anonimato, apenas hacen otra cosa que dar rienda suelta a la rabia, desprecio, asco o lo que sea que les provocan, máxime en una época de vacas flacas, recortes y no poca miseria material y sobre todo moral, tanto la impunidad con la que los políticos como Carrasco mangonean lo que se supone de todos como ese despotismo tan decimonónico con el que se conducía. Desde ese punto de vista nada nuevo bajo el sol, más bien la condición humana en su estado más crudo, visceral, zafio incluso, la cual encuentra ahora en las redes una nueva vía de escape como antes la tenía junto a la barra del bar de turno en exclusiva. Pero resulta que tanta hiel cibernética parece haber tenido tal repercusión, si bien inducida en gran parte por los que se escandalizan, o dicen hacerlo, ante ella, que nuestros gobernantes han tocado a rebato y ya están maquinando cómo ponerle barreras al campo, cómo meterle mano también a la libertad de expresión en las redes con la excusa de que un alto número de bocazas, si bien no menos del que nos podemos encontrar a diario en cualquier parte y por cualquier excusa, amenaza de muerte a otros políticos o mancilla la memoria de la víctima. Cualquiera diría lo obvio, que parece que les ha entrado miedo de repente, mucho, y no tanto por la contingencia de una amenaza en la que no creen ni ellos –al fin y al cabo, insisto, el asesinato de Carrasco es lo que es por muchas vueltas que quieran darle, por mucho retorcer el verdadero alcance del mismo en su propio beneficio, éste no va más allá de la pura y dura crónica negra; los españoles no andan acumulando armas en sus domicilios esperando la llamada a la gran degollina revolucionaria o cualquier otra cosa por el estilo -, como por el hecho de haber podido comprobar con más inminencia que nunca, y no sólo a raíz de todas esas reacciones airadas de ciudadanos anónimos, sino también por la frialdad casi generalizada con la que se ha honrado la memoria de Isabel Carrasco, una persona, hablando en plata, poco o nada querida por la mayoría de sus conciudadanos, con lo que eso significa viniendo de un cargo público que atesoraba tanto poder en su feudo, que más allá de sus incondicionales pese a lo que pese, el resto ya no sólo se limita a expresar su rechazo mediante el voto a sus supuestos contrarios o a través de la simple y pura indiferencia. No, hay odio en el ambiente, el que han generado sus políticas asociales contra los más débiles, la desvergüenza con la que aplicaban éstas al mismo tiempo que los famosos sobres de Bárcenas iban de mano en mano dentro de su partido, o su afán en hacer retroceder al país en todos los aspectos a épocas pretéritas en sepia. El resto está que trina, más que harto, asqueado, al borde de no se sabe todavía muy bien qué, y por eso cuando matan a tiros a alguien como Isabel Carrasco una buena parte de la ciudadanía, a la que ninguno tenemos derecho a exigirle que se comporte como angelitos o esperar de ellos reacciones dignas de embajadores venecianos, no sólo no se inmuta, sino que incluso llega a celebrarlo ya que tampoco se pueden controlar o predecir los sentimientos más primarios, instintivos de la gente. Aún más, Isabel Carrasco, no sólo era un miembro destacado de la casta de marras, ni siquiera la versión actualizada y hasta devaluada de los caciques del XIX de esta II Restauración Borbónica, sino también alguien que tampoco era capaz de guardar las formas o hacer gala de un mínimo don de gentes al estilo de otros caciques de su partido con más maña y acierto como Baltar en Orense, algunos también con no poca solera, la que deriva en algunos casos de haber prácticamente heredado el cargo de sus padres, abuelos y hasta de más atrás, como en el caso de Fabra, tipos que, a diferencia de la difunta que nos ocupa, y esto de acuerdo con todo lo que hemos visto y oídos en los últimos días sobre ella, estoy convencido que sí serán llorados cuando mueran por más gente que la que compone en exclusiva el círculo familiar y de amistades de cada cual, que no por nada han sabido, saben trabajárselo, que parece ser que, al menos en esto, el cacique sí que nace aparte de hacerse. Y como todo esto se sabe porque vivimos en la época de la super abundancia informativa, a nuestros gobernantes les cuesta gestionar la imagen pública de la muerte de Isabel Carrasco como si se tratara de la de un gran mandatario merecedor de no ya sólo de encomio sino sobre todo de respeto, éste siquiera ya sólo institucional. No al menos, insisto, cuando han sido y son políticos como la presidenta de la Diputación de León, ya sea impulsando o ejecutando las políticas asociales de su partido, como con su descrédito en ejercicio del cargo, quienes más han contribuido a este clima, ya no sólo de desconfianza o rechazo a la clase política, sino incluso de verdadero odio por parte de los ciudadanos más afectados o siquiera ya sólo indignados; y por poner un ejemplo, si bien sólo lo último de momento, los padres de los niños enfermos de cáncer cuya planta de cuidados en el Hospital Virgen de la Salud de Toledo. ha sido cerrada por el gobierno de la Cospedal (sí los mismos a los que los concejales del PP en el ayuntamiento de Toledo les dejaron plantados para no tener que oírles, ¿es posible mayor ignominia?). Vete a hablarles a estos de respeto institucional y demás mandangas, de que vayan a llorar a uno de ellos... Por eso rasgarse las vestiduras por los exabruptos de unos descerebrados en las redes sociales apesta a hipocresía, cuando no a verdadero autismo social del que no sabe lo que pasa ahí fuera, siquiera ya sólo más allá de su despacho oficial o de la sede de su partido. Ahora bien, y visto lo visto, esto es, el querer escarmentar en la piel de críos de diecinueve años pretendiendo hacernos creer que representan un verdadero peligro público, mucho me temo que ni siquiera es una hipocresía inocente, sino más bien todo lo contrario, es una coartada como cualquier otra para dar un pasito más allá en su estrategia de intentar poner el mayor número de bozales a todos aquellos que les sacan los colores en las redes, en la calle o donde sea.

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